Días 1 & 2 – Argentina – Iguazú

Martes 16 de Octubre del 2018 – Iguazú
En 2018 viajamos hasta Argentina por trabajo. Como muchos ya sabéis, mi chico y yo nos dedicamos en cuerpo y alma a la fotografía infantil. O más concretamente a la fotografía de recién nacidos en Le Photograph. Desde hace tres años impartimos charlas y talleres alrededor del mundo. No podemos desaprovechar esta magnífica oportunidad que nos brinda nuestro trabajo. Por esta razón siempre atrasamos nuestro vuelo de vuelta para poder visitar los países a los que viajamos!
Después de 4 días en la capital de Argentina, llegó el momento de tomar el avión para visitar Iguazú y sus impresionantes cataratas. Tomamos un vuelo por 70€ desde Buenos Aires con la compañía Andes, que tardó una horita y media en llegar.
Nada mas bajarnos del avión notamos un sopapo de humedad y calor. ¡Ya estábamos en la selva! En el mismo aeropuerto tomamos un taxi por 500 pesos y una chica muy amable condujo hasta nuestro hotel. Nos alojábamos en Selva de Laurel, a las afueras de la ciudad y dentro de una reserva (un pedacito de selva). El trayecto desde el aeropuerto fueron de 20 minutos en el que aluciflipamos en colores al ver la vegetación que había a ambos lados de la carretera por la que conducíamos. Frondosos bosques, árboles de mil especies que nunca habíamos visto antes, todo tan verde… y a cada paso familias de mariposas amarillas volando en grupo, como si fueran las hojas que se caen de los árboles en otoño.
La taxista se ofreció a esperarnos fuera del hotel a que dejáramos las maletas, nos cambiáramos de ropa y llevarnos a las Cataratas para que pudiéramos visitarlo lo antes posible y así aprovechar la tarde.
El hotel era increíble. Será porque nunca viajamos yendo a hoteles, y porque nunca habíamos estado en una selva, y todo en conjunto nos parecía de alucine. Una pasarela conducía a las diferentes casetas donde estaban las habitaciones, y en el medio del recinto una enorme piscina a la que hincaremos el diente seguro!

Nos pusimos nuestros pantalones cortos, las botas, cargamos nuestras mochilas con las cámaras al hombro y volvimos a montar en el taxi rumbo a Brasil! ¿Brasil dices? Pues sí! Las cascadas se pueden visitar por dos partes. Por un lado está la parte Brasileña, que es más pequeña y se puede ver en una mañana o una tarde. Y por otro está la parte Argentina, que requiere al menos un día entero de visita si vas rápido, o día y medio si lo quieres tomar con más calma.
Lógicamente, nos tocó pasar aduanas con el pasaporte en mano. Existe un pago por turismo de 25 pesos por persona al día. Además de un extra por entrar al parque. Desde la entrada había autobuses que te llevaban hasta diferentes zonas y miradores desde las que observar las cataratas.

Tomamos un autobús y nos bajamos en la parada de “El Hotel” (que por cierto, menudo hotel!). Allí comenzaba la ruta alrededor de la ladera desde la que se podrían ver las cataratas en vista panorámica. Eran impresionantes. La cantidad de litros de agua y la fuerza con la que caían al vacío. Nunca habíamos visto nada parecido, nos sentimos sobrecogidos. Debido a las tormentas de los días anteriores, el agua tenía un color rosado. Todo el mundo dice que es una pena no poder ver el agua transparente y de color azulado, pero la verdad es que a nosotros el color rosa en contraste con el verde de la selva nos pareció simplemente maravilloso y muy fotogénico!

En el parque está prohibido alimentar a los animales. Hay muchos coatíes a los que les encanta comerse cualquier cosa que les des. Lagartos enormes y más pequeños, iguanas, pájaros de muchos colores y especies diferentes, tucanes e incluso monos! Todo en libertad, por supuesto.

Fuimos dando un paseo siguiendo el camino marcado, parando en cada mirador, disfrutando de las vistas y perdiéndonos en cada catarata. Pero sin duda lo más impresionante fue el final del recorrido, en el que el camino se acercaba hasta la Garganta del Diablo. Allí el agua rugía al caer y te mojaba igual que un aspersor. En el recorrido inferior, una pasarela recorría todo el salto superior, desde el que un arcoíris cruzaba la pasarela de lado a lado, un efecto producido por el sol al brillar sobre las millones de gotitas de agua. Estábamos tan cerca de las cascadas que casi podíamos tocarlas con la mano.

Un ascensor te llevaba hasta el piso superior, varios metros arriba donde se podía obtener una panorámica “a vista de pájaro” de todas las cascadas. Una vista perfecta para terminar aquel recorrido.


Tomamos un bus de vuelta cuando el sol ya se estaba poniendo. Pero no podíamos quedarnos más, porque el parque estaba a punto de cerrar. Con nuestras ropas empapadas por el agua, la taxista nos recibió en su coche y nos llevó de vuelta al hotel. Helados de frío a pesar de este calor húmedo, nos dimos una ducha calentita. Nos dimos cuenta de que no habíamos comido nada en todo el día y estábamos hambrientos. La única pega de estar alojados en aquel hotel, es que sin tener un coche alquilado dependes continuamente de un taxista (aunque no son caros, allí son habituales casi tanto como autobús) y no hay restaurantes cerca donde poder comer o cenar. Por ello no nos quedó otro remedio que cenar en el hotel. Fueron muy atentos con nosotros, pero la cena, a pesar de sonar maravillosamente en nuestros oídos, no era ninguna maravilla. Pedimos empanadillas, ensalada, entrañas (carne) y pollo asado. Era barato, por lo menos. Y realmente con el hambre que teníamos habríamos comido cualquier cosa! Después de la tripada fuimos a dormir. Estábamos agotados.
Miércoles 17 de octubre del 2018 – Iguazú
Guille no había dormido mucho aquella noche, pero yo sí, a pesar de la humedad y el calor. El día estaba nublado, y las nubes amenazaban con lluvia. Habíamos quedado con nuestra taxista a las 7:30, así que nos preparamos pronto y fuimos a desayunar.

Ese día nos tocaba visitar las cataratas desde el lado Argentino. Llegamos en unos 20 minutos y una vez allí la chica nos ayudó a acceder al parque y nos explicó cómo funcionaba. La verdad es que desde este lado había muchas más opciones de rutas que en la parte brasileña, y lo más importante y lo que más ilusión nos hacía: El poder hacer una ruta río arriba en lancha para ver las cascadas (60€/persona).
Pensamos que sería buena idea hacer eso lo primero de todo, ya que quizás podríamos tomar la primera que salía ese día sin tener que esperar colas. Además las lanchas salen desde el principio del parking. Ya íbamos preparados desde el hotel, con nuestro bañador, las chanclas y ropa de recambio por si nos mojábamos. Y estábamos seguros de que nos íbamos a mojar!
Un autobús tipo Safari con asientos en el techo nos condujo durante 20 minutos a través de la selva. Vimos algunos animales por el trayecto, como coatíes y tucanes. Una guía nos iba explicando datos interesantes sobre la fauna y la flora. Lamentablemente, la única zona protegida de la selva era la de la parte Argentina. Tan solo quedaba un 7% de lo que había sido. En Paraguay y Brasil la estaban deforestando. También supimos que era una selva más antigua que el Amazonas, y que los animales podrían fertilizar más semillas que el propio viento y la lluvia. Nos gustó muchísimo el trayecto. Una vez allí, tuvimos que bajar dando una paseo de 5 minutos por unas escaleras, hasta llegar a la zona del río donde se encontraba la lancha. Nos pusimos el chaleco salvavidas y guardamos todas las mochilas con las cámaras en las bolsas estancas. Excepto la gopro, claro! Nos subimos a la lancha (fuimos unas 15 personas) y arrancamos! El conductor dijo: ¡VOY A PRENDER EL AIRE ACONDICIONADO! Y vaya que sí, con esa velocidad casi se nos podía secar el pelo en un segundo.

El trayecto por el río hasta las primeras cascadas fue precioso, y divertido cuando saltábamos en algún que otro rápido.
Empezamos a divisar las cascadas a lo lejos, cada vez estábamos más ansiosos por llegar a ellas. Desde allí el sonido del agua cayendo era tan fuerte que casi no nos escuchábamos. El agua chocando contra la superficie del río creaba un fuerte viento y una ducha constante que te calaba y cortaba de frío. Entonces la lancha empezó a girar para que todos pudiéramos observar las cascadas frente a nosotros, y entonces fue cuando ya no pudimos contener las lágrimas. Empezamos a llorar como niños al encontrarnos con una de las fuerzas de la naturaleza más bonitas que habíamos visto nunca.
De repente el tío apretó el acelerador y la lancha fue directa a las cascadas a una velocidad de infarto y pasamos por debajo de las cascadas. Litros de agua caían sobre nosotros pero todos gritábamos de la emocíón.
1,5 millones de litros cayendo sobre nuestras cabezas. Una experiencia feroz y maravillosa.

Terminamos empapados. Al volver tiritábamos como pollitos mojados, por el frío y el viento de la velocidad de la lancha. Nos secamos y cambiamos de ropa, pero había empezado a lloviznar. No nos importó y seguimos nuestro camino. Tan solo teníamos unas horas para completar las tres rutas más importantes.

En una mañana nos dio tiempo a ver UPPER y LOWER LOOP, de 1200 y 1500 metros cada uno. Aunque parezcan recorridos cortos, tienes que contar con las paradas que haces cada ciertos metros para sacar la cámara, hacer fotos y admirar las vistas. Además de la cantidad de gente que hay, que muchas veces generan colas y no puedes adelantarles.


Ambos loops están construídos sobre pasarelas a cierta altura del suelo y serpentean por el interior y el borde del acantilado. El parque es como un parte de atracciones. Pagas la entrada (500 pesos) y dentro hay restaurantes, tiendas de souvenirs… Paramos para comer en un momento en el que llovía a cántaros. Esperamos media hora de cola en un restaurante para acabar comiendo unos espaguetis bolognesa llenos de agua y un pollo sado insípido. Consejo: Llevaros unos bocadillos!
Eso sí, había una heladería, “Cremolati” con unos helados de “dulce de leche 3 sensaciones”, buenísimos!
Seguía lloviendo bastante cuando terminamos de comer, pero con las pilas cargadas y paraguas en mano salimos caminando hacia el último destino: Vista de la Garganta del Diablo. Desde la estación salía un trenecito cada media hora. A mitad del trayecto, se escuchó un fuerte ruido y el tren se paró en seco. Estuvimos esperando un rato sin saber qué hacer, hasta que el conductor nos comunicó que estábamos a 10 minutos a pie del final del trayecto. Sin pensarlo, nos bajamos y fuimos andando hasta allí.


El trail hasta el Santo de la Garganta del Diablo discurre por unas pasarelas de metal encima del río. Cuando llegamos ya había parado de llover e incluso parecía que el sol comenzaba a asomar. Al llegar al final del trayecto se veía una inmensa nube de agua flotando en el aire, y el agua del río sobre el que caminábamos parecía desaparecer delante nuestro como si de un desagüe se tratara. El acercarnos al abismo, vislumbramos un acantilado en forma de herradura, donde millones de litros caían a cientos de metros, levantando el viento y el agua. Los pájaros volaban bajo nuestros pies jugando con las corrientes de agua y refrescándose con las gotas. Y por fin salió el sol.

Al volver al hotel, nos dimos un chapuzón en la piscina para quitarnos el calor de la tarde Nos duchamos y llenamos nuestras barrigas con dos buenos platos de pasta antes de ir a descansar.
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