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Costa Noroeste EEUU – Días 10 + 11 + 12 +13

// Author: Marina // 0 Comments

Abenue of the giants + Crystal Beach + Willits + Santa Cruz + San Francisco

Despertamos en una mañana muy fría con tan solo 5 grados. Pero sería otro día soleado. Esta claro que da igual la época del año en la que viajamos, siempre nos acompaña la luz del sol!
Desayunamos dentro del coche mientras esperábamos a que terminara de amanecer. Todavía estábamos dándole vueltas a la cantidad de animales que habíamos visto el día anterior.
Ordenamos el coche y antes de ponernos en marcha dimos otro paseo alrededor del camping con la esperanza de ver algún animal más. La suerte estaba de nuestro lado_ Los corzos habían vuelto a bajar al prado para su desayuno matutino.

Los abuelitos de la caravana que habían dormido al lado nuestro, se acercaron para comentarnos que la valla de entrada al camping estaba cerrada. Que habían intentado salir pero les había sido imposible. La valla tenía un candado y no había forma de abrirla. Lo que nos faltaba, quedarnos atrapados allí.

Mientras la pareja hacía una llamada telefónica a los guardas para preguntarles, nosotros nos acercamos con el coche para ver si encontrábamos la manera de salir de allí. Tras un par de minutos pensando en como abrir un candado sin llave, Guille tiró de la valla y como por arte de magia se abrió de par en par! Total que el candado estaba de pegolete.

Avisamos a los abuelitos de que ya estaba abierta, y nos despedimos de ellos. Por el camino, unos corzos se cruzaron delante nuestro en la carretera <3

Condujimos por una de las carreteras más bonitas del viaje, La Avenida de los Gigantes, la cual serpentea entre enormes Redwoods durante varios kilómetros hasta el centro de interpretación del parque. Aunque no íbamos a hacer más rutas por los bosques, el Centro de Interpretación merecía la pena verlo. Explicaban a la perfección todo lo que rodea a Humboldt Redwoods State Park, sus árboles y sus animales.

A partir de ese momento, ya no nos quedaban muchas cosas por ver hasta llegar a San Francisco. Así que nos lo tomamos con mucha calma. Ese dia haríamos gran parte del viaje por la costa, pasando por Crystal Beach, una playa cuya arena está formada por millones de pedacitos de cristales de colores erosionados.

La carretera para llegar hasta allí era un infierno. Subía serpenteando una enorme montaña, era estrecha y con curvas muy cerradas. Pensábamos que no íbamos a llegar nunca. Pero una vez divisamos la costa, descubrimos un paisaje de acantilados, largas playas de arenas blancas, calas e incluso dunas kilométricas.

Crystal Beach está en el pueblo de Fort Bragg. Antes de ser una playa, como ya os podréis imaginar, fue un enorme vertedero. Pero eso ahora están todos esos minúsculos cristalitos en la cala. Cada vez quedan menos, ya que aunque no está permitido, todo el mundo se lleva un puñado a casa.

Comimos un pedazo de pizza que nos había sobrado del día anterior y seguimos rumbo hacia el interior, ya pensando en hacer noche.

Estaba atardeciendo y al sol le faltaban poco minutos para esconderse detrás de las montañas. El paisaje Californiano a nuestro alrededor era dorado, casi tanto como la luz del sol en aquel momento. Dejamos el coche aparcado en la carretera, me puse mi vestido rojo e hicimos unas fotos en medio de un campo…

Después de intentar, sin éxito, encontrar hueco en un par de campings, decidimos hacer noche en un hotel en el pueblo de Willits.

Día 11 – Santa Cruz

Aquel era el día en el que llegaríamos al final de nuestro viaje, San Francisco. No sin antes pasar por Santa Cruz, recomendado por unos amigos. El viaje hasta allí era de casi 3 horas. Aunque al principio se hace ameno conducir entre paisajes de campo y viñedos, cuantos más nos acercábamos a la ciudad el tráfico se intensificaba y cada vez era más difícil avanzar.

Mientras atravesábamos San Francisco para cruzar a la costa más al sur, nos vimos embotados en la autopista más grande en la que había estado nunca: 12 carriles en total. Avanzábamos a ritmo de tortuga manteniendo todo el rato la atención al GPS para no perdernos. Llegar hasta Santa Cruz fue toda una odisea. Pero tuvo su recompensa, y es que en este pueblo vivio O’neill, el fundado de la marca de surf y el creador del primer neopreno. Es un pueblo surfero, tranquilo, genial para pasar el día!

Comimos en Pleasure Pizza, unas alitas de pollo a la barbacoa, una ensalada gigante y de postre una monster cookie con chocolate caliente.

Y para bajar todo aquello fuimos dando un paseo hasta las calitas de Pleasure Point. Estuvimos a punto de alquilar una tabla, surfear un rato en aquellas mini olas tan apetecibles. Incluso divisamos delfines al fondo. Por primera vez en nuestra vida, y aunque se veían lejos y pequeñitos, habíamos visto delfines, y en libertad.

Sin duda este barrio surferillo nos robó el corazón y prometimos volver algún día, con más tiempo. Lo que no sabíamos es que ese día llegaría pocos meses más tarde, en nuestro segundo viaje a Estados Unidos.

El viaje de vuelta desde Santa Cruz a San Francisco fue de una hora y media. Se nos ocurrió que sería buena idea parar en el Golden Gate a hacer un par de fotos al atardecer. Costaba 8$ cruzarlo (y hay que sumar un plus por el coche de alquiler) pero había una manera de llegar a obtener unas buenas vistas de él sin necesidad de cruzarlo, tan solo tomando un desvío a la derecha antes de entrar en el peaje. Había un trafico densísimo y llevábamos los nervios a flor de piel, por el cansancio de todo el día (más de 6 horas de conducción encima) y porque se nos echaba la noche encima. Llegado el momento, nos saltamos el cruce antes del puente y acabamos cruzándolo, y por supuesto, pagando el peaje. Nos quedamos sin fotos del atardecer, y con unas ganas inmensas de ir al hotel a descansar.

Pero esto no acabó aquí. El hotel que habíamos escogido para hacer noche (Holidays Inn Lombard) era un verdadero cuchitril. Habitaciones enanas, claustrofóbicas. El parking estaba lleno cuando llegamos y tuvimos que esperar a que alguien saliera para poder aparcar porque no teníamos donde dejarlo. La atención, pésima. Ya que estábamos de mal cacao, decidimos echar leña al fuego y dejar las maletas terminadas para el día siguiente. Aquel día nos fuimos a la cama sin cenar, y rendidos de cansancio.

Día 12 – San Francisco

Lo primero que hicimos al despertar fue desayunar el escaso desayuno que había en aquel hotel de mala muerte (por no haber, no había ni leche) y dejar el coche de vuelta en Sixt. Nos dio pena despedirnos de él. Siempre nos da pena dejarlo, es como un compañero de viaje. Justo al lado de Sixt está Fisherman’s Wharf, un antiguo puerto con vistas a la cárcel de Alcatraz. Hay muy bien ambiente, a parte de tiendas de souvenirs y mercados donde comprar fruta, o la típica sopa de pescado, llamada Clam Chowder que se prepara dentro de un pan. Hay un acuario, un submarino… y se puede pasear hasta el Pier 39, donde vive una colonia de Leones Marinos.

Uno de los barrios que más nos apetecía visitar era China Town. Así que allí nos fuimos en autobús. A pesar de las dudas, estuvimos seguros de que el bus que habíamos cogido era el correcto, ya que nosotros éramos los únicos no asiáticos en él. Muchos chinos emigraron durante la construcción del Golden Gate. Vinieron en busca de trabajo y fue entonces cuando empezó a crearse la comunidad china. Son miles!

Fuimos flipando cada vez más a medida que caminábamos por el barrio. ¡Parecía que habíamos cambiado de país! Estaba repleto de establecimientos chinos, de comida china, letras chinas, y hasta las farolas estaban pintadas de colores y había farolillos a modo de banderines en algunas calles. No dejaban de pasar cientos, miles de chinos por todas partes.

Dimos un paseo por aquellas calles de San Francisco, muchas veces parando para descansar y coger aire. Las calles suben y bajan colinas. Observábamos los tranvías repletos de gente. Cogimos un autobús que nos acercó hasta Filmore Street, una calle en la que había bastantes garitos para comer había mucho ambiente.

Decidimos comer en The Grove, un restaurante rollo hipster con comida casera y a buen precio.

Desde allí nos dirigimos hasta Lombard Street, famoso por su pequeña calle en ZigZag que, si os cuento la verdad, apenas se aprecia a menos que la observes a vista de pájaro. Además estaba lleno de gente y era imposible hacer muchas fotos.

A base de patear y patear fuimos gastando nuestras energías, paseando entre aquellas calles de casas bajitas y cuestas. La tarde se nos fue echando encima, y poco a poco el cielo se fue tornando rosa. Buscamos algún punto desde el que se pudiera observar el Golden Gate al anochecer:

Día 13: San Francisco

Último día de viaje. San Francisco no estaba siendo la ciudad que nos esperábamos. Quizás porque todo el mundo que nos había hablado de ella nos había creado unas expectativas muy altas. Pero no podíamos quedarnos sin visitarla. Estábamos aquí, eran nuestras últimas horas y sentíamos que debíamos aprovechar el momento.

Justo al lado de nuestro hotel había una línea de bus que te llevaba hasta el Golden Gate. No dudamos y decidimos subirnos, con el pedazo de día que había salido era un buen plan mañanero.

Paramos en el Golden Gate para verlo por primera vez a la luz del día (las dos veces anteriores habíamos llegado de noche). Fuimos haciendo un recorrido que tienen preparado en el que te van explicando cómo se construyendo, los materiales y las técnicas que se utilizaron. Como a 20 Km de San Francisco hay una falla que hace que se produzcan terremotos (y tsunamis), así que fue construido de manera que pudiera resistir los temblores de la tierra.

Desde allí tomamos un autobús hasta la costa, la zona más al oeste de San Francisco. Nos apetecía salir un poquito del bullicio de la ciudad. Fuimos dando un largo paseo hasta Ocean Beach. Paramos a comer en Hook Fish un ceviche y unos tacos buenísimos.

Allí terminó nuestro viaje. Con decenas de aventuras a nuestra espalda y otro cuaderno terminado. Felices, con ganas de volver a casa y empezar a preparar nuestro siguiente viaje!

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